jump to navigation

Bolonia: Nuestro Reto



EL RETO PARA LOS ESTUDIANTES ANTE LA ADAPTACIÓN DE LAS TITULACIONES ESPAÑOLAS AL ESPACIO EUROPEO DE EDUCACIÓN SUPERIOR

Por José Valdivieso-Morquecho Marmolejo, Presidente de la Asociación Melillense de Estudiantes Universitarios.

Llega Octubre y más de un millón de españoles nos matriculamos en diferentes asignaturas de las múltiples universidades de las que disponemos, por lo que consecuentemente, alguno que otro, intentamos asistir a las clases por las cuales hemos pagado al comenzar el curso, ya que atendiendo al sentido de la responsabilidad y la solidaridad no podemos olvidar que aunque pagamos una matrícula, esta solo supone una ínfima parte del servicio que se nos está prestando gracias a los impuestos pagados por el conjunto de la ciudadanía.

Alguno puede preguntarse por qué aludo al sentido de la solidaridad, siendo la respuesta sencillamente que, a mi entender, el poner en práctica este concepto no significa exclusivamente aumentar por aumentar el número de becas destinadas a los alumnos, sino velar por que primen eficacia y eficiencia a la hora de efectuar el reparto de los recursos económicos disponibles y así evitar que los cuantiosos fondos destinados a la Universiad finalmente acaben “desaprovechados” en aulas en las que solo hay cinco alumnos matriculados, de los cuales únicamente tres son asistentes, mientras que más de un trabajador de este país no puede llegar a fin de mes debido a que tiene que destinar parte de su salario a pagar una serie de impuestos con los cuales se financia gran parte de la Educación Superior y las costosas “aulas fantasmas”.

Habitualmente, la sociedad de la que formamos parte, nos encomienda a los universitarios el asumir un papel crítico y constructivo en el desarrollo de nuestra sociedad, por lo que siendo coherentes, tenemos que comprometernos con su futuro y contribuir en lo que esté en nuestra mano para que, a poder ser, este nos depare unas condiciones de bienestar superior, siendo imprescindible para ello que comencemos mejorando nuestro entorno más próximo, la Universidad.

Desgraciadamente, la mayor parte de los universitarios, aunque critican, no se implica en la búsqueda de soluciones y alternativas a los problemas de la sociedad ni de la Educación Superior, nos encontramos ante una situación generalizada de apatía participativa, cuya característica principal es la permanente espera en la que observo asumidos a un gran porcentaje de universitarios, ansiosos de que se produzca cualquier excusa para lanzarse a la calle a quejarse, como si no existiese ninguna otra vía para expresar nuestro malestar ante ciertos temas. Estamos inmersos en lo que defino como hibernación estudiantil universitaria, dejamos nuestro intelecto y capacidad crítica durmiendo permanentemente en casa, despertando exclusivamente para las manifestaciones.

Lo más triste es que mientras ponen todo en entredicho, la mayor parte no se detienen a pensar que parte del origen y la pervivencia de los problemas de la universidad es suya, porque con qué moralidad se puede exigir respuestas y soluciones a los que ostentan responsabilidades en este ámbito, si cuando se nos pregunta y se nos trata como a seres racionales no respondemos como tal.

El quejarse y el reclamar, están muy bien si se tiene una intención constructiva y se aspira a mejorar la actual o futura situación de nuestra educación superior, pero con que legitimidad alguien puede permitirse el lujo de cuestionar si cuando era el momento de actuar y apostar por diferentes alternativas, no mostró ni el más mínimo interés. Este contexto, en el que los estudiantes universitarios, por no molestarse, ni siquiera se molestan en ejercitar su derecho al voto en la Universidad cuando tenemos la oportunidad, creo que es fruto de la estabilidad en la que muchos se han acomodado, fruto del caduco modelo de estado neo-corporativo en el que nos hemos criado los jóvenes, e inculcado el miedo a lo justo y a lo desconocido, convirtiéndonos en “señoritos”.

Si la sociedad confía en que seamos dinámicos y emprendedores habrá que experimentar cambios y adaptaciones, no puede pervivir el fomento de una supuesta solidaridad carente de toda racionalidad, tenemos que primar otro concepto de ésta que se sustente en el esfuerzo, el trabajo y la justicia. De no ser así, no avanzaremos, y la mayor parte de los universitarios, continuará limitándose únicamente a quejarse y a denunciar que si el futuro de la Universidad corre peligro, que si solo podrán acceder las elites económicas… pero afortunadamente, existimos universitarios críticos con el actual modelo, afrontando la realidad y las alternativas desde la responsabilidad, siendo conscientes de que en España no podemos permitirnos el lujo de no ir en los vagones que lideren la locomotora de la construcción del Espacio Europeo de Educación Superior.

Tenemos que dejar de ser siempre los últimos en todo, no podemos desaprovechar esta oportunidad que se brinda a la Educación Superior europea, especialmente a la española, si queremos progresar e incorporarnos al tren del S.XXI. Si para conseguirlo, hay que implicarse, ceder y adaptarse a las tendencias, lo haremos, porque en esta revolución universitaria que se está produciendo en el viejo continente debemos liderar, y no sumarnos a los éxitos con medio siglo de retraso, como históricamente ha sido costumbre en este país.

Superemos las actitudes reacias que muestran amplios sectores, que pueden suponernos una costosa factura en un futuro no muy lejano, y afrontemos por el bien de nuestra sociedad y su desarrollo, los imprescindibles cambios y adaptaciones. Comencemos para ello asumiendo el que la realidad universitaria es la que es, nos guste o no, sin significar el que tengamos que idolatrarla ni renunciar a las reformas, sino el tomarla como punto de partida.

El proceso de reformas que ha de seguir la Universidad, debe de ser similar a la trayectoria histórica experimentada por el comunismo. Me explico. El ideario comunista, hace un siglo contribuyó a mejorar las condiciones de vida de nuestros paupérrimos antepasados, por lo era legítimo y su puesta en práctica deseable, pero actualmente en los países desarrollados, en el que partimos todos de una considerable igualdad de oportunidades, este carece de razón y de toda justificación, ocurriendo exactamente lo mismo con el modelo de universidad generalizada que hoy conocemos en España.

En la segunda mitad del siglo XX la contribución de este resultó más que útil y satisfactoria en cuanto que consiguió extender a la práctica totalidad de los ciudadanos la oportunidad de cursar estudios superiores y establecer las bases para gozar de unas condiciones mínimas de Bienestar, inimaginables a principios de siglo, pero al responder este modelo a unas características sociales y estructurales propias de hace un cuarto de siglo, ha dejado de ser útil, debido a que estas han progresado y experimentado una destacable e importante evolución.

Hay que buscar respuestas a las mayores demandas de calidad que se realizan desde la ciudadanía, lo cual nos conduce a la necesaria reformulación del modelo universitario, tanto desde el punto de vista económico como funcional, tal y como plantea la construcción del Espacio Europeo de Educación Superior.

Lo pasado, pasado está, y cada cosa, a su debido tiempo. Ha llegado el momento de no conformarse con el mejorable modelo de Educación Superior que ha tocado techo y que los universitarios y nuestros profesores sufrimos en España. Nuestro sistema universitario arrastra deficiencias que no pueden ni deben ser combatidas sin nuestra complicidad, por lo que los universitarios tenemos que comprometernos con su desarrollo, progreso y mejora, velando por una adecuada distribución de los recursos disponibles y presionando para facilitar nuevas oportunidades, como son por ejemplo los intercambios con el extranjero, siendo imprescindible para ello es imprescindible nuestra implicación.

Debido a este planteamiento que formulo, actúo en consecuencia, compaginando mis estudios universitarios con mi sentido de la responsabilidad social y la participación estudiantil, ya que lo académico no puede prevalecer a toda costa. Si uno se lo propone, hay tiempo para todo, y así no tendremos por qué renunciar a velar por que la calidad de los estudios que cursamos sea la adecuada, o esperar a encontrarnos con todos los problemas con los que nos enfrentamos cuando nos decidimos un año a irnos a otro país con una beca Erasmus.

Si previamente a nuestra marcha al extranjero, para cursar nuestros estudios con el fin de poder aprender un nuevo idioma, conocer otras culturas, experimentar nuevas experiencias…, más de uno se hubiese preocupado de solucionar la infinidad de trabas a las que nos enfrentamos, todo resultaría más sencillo, la pena es que no todos los universitarios se implican cuanto debieran.

Para superar las incontables deficiencias que observamos en nuestro proceso de formación, hay que fomentar la participación en el contexto universitario, desde los niveles locales hasta los transnacionales, para que así los estudiantes podamos contribuir con nuestro esfuerzo a combatir los problemas, lo cual paralelamente nos concienciará de los beneficios y ventajas que conlleva el cambio universitario que estamos experimentando.

Una forma válida para conseguir esto último, que adopta como propia el proceso de reformas al que asistimos, es el fomento de la movilidad de los estudiantes con otras universidades europeas y las oportunidades de formación que supone, ya que nos permite la posibilidad de observar y ser partícipe de las diferentes realidades nacionales que fomenta la creación del EEES. De este modo estoy convencido de que finalmente comprenderemos la importancia y el bienestar que nos reporta la expansión de la globalización, muy especialmente en su vertiente enfocada a la formación y transmisión de los conocimientos, ya que supone, nada más y nada menos, el que podamos aumentar nuestras posibilidades de experimentar en primera persona la movilidad internacional para completar nuestra formación en países diferentes al nuestro, eliminando las limitaciones geográficas.

En este terreno hemos tenido bastante suerte en los últimos años, ya que nuestras autoridades educativas, así como las del resto de Europa, se han preocupado de poner en marcha la introducción del suplemento europeo al título, permitiendo de esta forma poner en marcha un proceso de modernización y armonización de los diferentes y complejos sistemas universitarios del viejo continente, que configure a Europa como una auténtica realidad educativa que camina hacia la convergencia real, gracias a medidas adoptadas como el establecimiento de niveles de cualificación y un sistema de créditos para el conjunto de países inmersos en el proceso, los cuales nos permiten comparar con mayor facilidad los estudios y promover la extensión del abanico de posibilidades de estudios y destinos a los que podremos optar los universitarios, aumentando así la dimensión europea de la educación superior y nuestras oportunidades de trabajo a nivel internacional.

Esta oportunidad histórica que se nos presenta, trazada y diseñada en París, Bolonia, Praga y Berlín, afortunadamente la estamos aprovechando, debido a que además del océano de oportunidades formativas como las nombradas, ya no tendremos que estar encerrados en un aula escuchando y tomando apuntes de interminables lecciones teóricas cuya utilidad futura carecerá de toda rentabilidad en relación con el tiempo y esfuerzo invertidos.

El que sea sumamente positivo, no ha de impedirnos el ver la realidad desde una visión lo más objetiva posible, como puede ser el caer sumidos en contradicciones. Si vivimos en la denominada Sociedad del conocimiento, resulta paradójico como puede pretenderse suprimir titulaciones como Humanidades, ya que de esta forma no alcanzo a comprender qué conocimientos vamos a generar.

La institución universitaria, a lo largo de la historia ha actuado y actúa como motor del desarrollo de la sociedad y del conocimiento, papel el cual puede llegar a peligrar si su esencia crítica desaparece. Titulaciones como Matemáticas o Física son y serán muy importantes en cuanto al progreso, y nadie discute su pervivencia, pero seamos realistas, si hemos llegado al siglo veintiuno en contextos de libertad y democracia, no ha sido precisamente gracias a carreras como estas, ya que no creo que promuevan una conciencia y capacidad crítica que contribuya al desarrollo de nuestra sociedad, aunque puede que esto no sea motivo suficiente para que el Estado mal invierta fondos públicos en una formación que no va a conducir a ningún resultado que, con certeza, conlleve a un aumento de la productividad ni la rentabilidad del conjunto de la sociedad.

No olvidemos que no hay mejor política social que el gestionar el fruto del trabajo y el esfuerzo de los españoles persiguiendo una relación más positiva entre los costes y los servicios prestados. El reducir la factura docente, suprimiendo carreras irrelevantes para nuestro porvenir, puede conducir a una importante liberación de recursos con los cuales se podrían afrontar los nuevos retos en investigación, tecnología… del sistema universitario español, o simplemente a atender las nuevas y crecientes demandas realizadas desde la ciudadanía.

Como vemos, pueden que no todas las reformas respondan a nuestros ideales, pudiendo que exista algún que otro inconveniente, pero el proceso de construcción del Espacio Europeo de Educación Superior, en su conjunto, es indiscutiblemente positivo, tanto para los universitarios, las cuentas públicas, así como para la sociedad en su conjunto, por lo que sin duda tenemos que adaptar todo nuestro sistema de enseñanza superior al proceso de convergencia europea.

Si podemos conseguir preservar la esencia crítica de la Universidad, mejor que mejor, pero tenemos que ser conscientes de que para poder construir el EEES, todos los países tendremos que llegar a sacrificar parte de nuestra esencia, e incluso carreras con larga tradición en España, pero es el precio que hay que pagar para poder satisfacer las demandas que realiza la sociedad global en la que vivimos, de una formación más cualificada y adecuada de los profesionales, para que sea posible el avance científico y tecnológico.

Además, es muy importante no olvidar que este proceso no solo se está enfocando a facilitar los intercambios, sino también a reformular el actual concepto de Educación Superior, hacia otro más amplio, de forma que la Universidad se transforme y deje de ser un complejo de edificios en los que los profesores imparten insoportables e improductivas clases a modo de lecciones magistrales.

Ejemplo de ello es la entrada en vigor del European Credits Transfer System, que tendrá en cuenta el volumen final del trabajo realizado, incluyendo otras actividades académicas, a parte de las clases teóricas y prácticas, a diferencia del actual modelo de Universidad caracterizado por la rutina y el tomar apuntes, del cual no pueden surgir ideas ni inquietudes.

Por fin se valorará el esfuerzo y trabajo que realizamos fuera de la facultad. Ya era hora, porque resultaba fustrante el querer progresar y obtener una adecuada calificación y que no pudieses sino era a través de un examen. Si un profesor nos evalúa exclusivamente conforme a la nota de un examen final, sin preocuparse de buscar el interés del alumnado y sin tener en cuenta el trabajo e interés mostrado a lo largo de todo un curso, nos limitaremos a pedirles los apuntes a un compañero y nos lo estudiaremos en una semana, y a los tres meses de la realización del examen, nadie se acuerda de nada de lo memorizado con el exclusivo fin de aprobar una asignatura. Esta es la realidad, los alumnos vamos a clases para aprender y se reconozcan el trabajo y los conocimientos adquiridos a los largo de un año, si no se tienen en cuenta conduce a la indiferencia, la cual combate afortunadamente el sistema de créditos europeos.

Aunque no lo comprenda, más de un miembro de la comunidad universitaria se mostrará reticente a las reformas, aunque sus fines sean modernizar y dotar de una mayor calidad a los servicios prestados, pero bueno, tienen derecho a luchar por defender el actual sistema universitario, ya sea porque tenga el convencimiento de que este es una utopía materializada que hay que preservar a toda costa o, que pese a reconocerle carencias, son contrarios a los ejes fundamentales en los que se basan las reformas. Nadie discute su legitimidad, pero al igual que puede defenderse tal postura, me permito, para concluir, apelar a la seriedad y responsabilidad, especialmente de mis compañeros universitarios, para comprender que los ideales no dan de comer, nos guste o no, por lo que hay que renovarse o morir, esta es la cuestión.

El “más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer” no es valido en un mundo globalizado, está en juego nuestro futuro, y nuestras oportunidades de gozar de unas mejores condiciones de vida van parejas a esta reforma, si triunfa, triunfaremos, por lo que trabajemos para facilitar su puesta en práctica.